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Cine argentino en el 73SSIFF
Festival de San Sebastián 2025: crítica de “Jota Urondo, un cocinero impertinente”, documental de Mariana Erijimovich y Juan Villegas (sección Culinary Zinema)
Este retrato de Javier Urondo es una estimulante, entrañable y al mismo tiempo provocadora mirada sobre (¿contra?) el "arte" de cocinar que tiene múltiples dimensiones y alcances.
Jota Urondo, un cocinero impertinente / Jota Urondo, An Impertinent Chef (Argentina/2025). Guion y dirección: Mariana Erijimovich y Juan Villegas. Fotografía: Cobi Migliora y Gaspar Chaves. Edición: Geraldina Rodríguez y Julia Straface. Música: Gabriel Chwojnik y Javier Urondo. Sonido: Francisco Pedemonte. Duración: 67 minutos. Estreno mundial en la sección Culinary Zinema: Cine y Gastronomía.
Durante la poco más de una hora que dura este documental rodado a cuatro manos entre Erijimovich (reconocida productora y directora de postproducción) y Villegas (realizador de Sábado, Los suicidas, Ocio, Victoria, Las Vegas y Los trabajos y los días) se leerá o se escuchará hablar de comida imperfecta, de guerrilla, de barricada.
No es que no veamos a su protagonista, Javier Urondo, cocinando, investigando, pero si hay algo que él y esta película evitan es sumarse a la moda de la “alta” cocina, a la exaltación de lo sofisticado, de lo exclusivo, del "estrellado" universo Michelin.
Hijo de Paco Urondo, poeta y militante asesinado por la dictadura militar en 1976 (no tiene una mirada mitificada ni glorificada de la violencia política), Jota parece haber heredado de su padre una mirada incómoda, lúcida y provocadora, jamás demagógica ni mucho menos complaciente. Desde su “bunker”, Urondo Bar, ubicado en el poco glamoroso barrio de Parque Chacabuco, aboga porque la gente coma porciones generosas, hechas con productos orgánicos y materia prima que él mismo compra cada jornada en el Mercado Central. Su carne jamás es de ternera, sino de “vaca vieja y grande”, pero los comensales le hacen honor a cada plato.
La mirada de la dupla Erijimovich y Villegas es sencilla, atenta, siempre funcional a los pequeños detalles y gestos que pueden adquirir una relevancia impensada. En ese sentido, solo resulta algo excesivo y grandilocuente el uso en más de una ocasión de drones para ubicar el Urondo Bar en el contexto del barrio.
Conoceremos a Jota con su familia, con sus ayudantes de cocina (alguno ya un verdadero chef), amasando pan, preparándose una infusión, recogiendo hierbas aromáticas de su huerta casera, aprendiendo de la comunidad coreana a preparar kimchi pero con algún toque local, charlando con amigos y colegas que lo veneran. Lejos de ser un tipo seductor y encantador, Javier Urondo prefiere ser alguien consecuente, incómodo y hasta un poco antipático y conservador en su reivindicación de la esencia de la comida argentina. Es precisamente ese lugar de anti divo, de alguien que sigue apostando a probar y equivocarse antes que quedarse con supuestas certezas, el que lo convierte en un personaje rico incluso en sus contradicciones y que este inteligente film sabe capturar, retratar y exponer.
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