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Crítica de “Stiller y Meara: Nada se ha perdido” (“Stiller & Meara: Nothing Is Lost”), documental de Ben Stiller (Apple TV)
El director y actor de Zoolander y Una guerra de película realizó un emotivo retrato de sus padres, Jerry Stiller y Anne Meara, referentes ineludibles de la mejor historia de la comedia estadounidense.
Stiller y Meara: Nada se ha perdido (Stiller & Meara: Nothing Is Lost, Estados Unidos/2025). Dirección: Ben Stiller. Música: Will Bates. Edición: Adam Kurnitz. Duración: 98 minutos. Disponible en Apple TV desde el viernes 24 de octubre.
Jerry Stiller (1927-2020) y Anne Meara (1929-2015) fueron pareja durante ¡62! años y durante buena parte de ese período conformaron también una de las duplas cómicas más emblemáticas de su país. Asiduos concurrentes a The Ed Sullivan Show, el programa que paralizaba a los Estados Unidos, se convirtieron en uno de los matrimonios más queridos y populares con su exaltación paródica de los conflictos entre un hombre judío y una mujer católica de origen irlandés. Además, tuvieron dos hijos, Ben y Amy, a los que ya de pequeños incorporaron en sus rutinas humorísticas.
Precisamente Ben y Amy se reencuentran tras la muerte de sus padres para vaciar y luego vender el amplio departamento neoyorquino en Riverside Drive. Al revisar las pertenencias de Jerry y Anne antes de enviarlas al archivo del National Comedy Center descubren grabaciones íntimas y cartas de amor que los ruborizan tanto como los sorprende.
Ese el puntapié inicial para un film psicoanalítico, catártico, un tributo quizá demasiado reverencial, condescendiente y hasta algo edulcorado (ciertos cuestiones más conflictivas como el alcoholismo están casi soslayadas), pero profundamente sincero y por momentos muy emotivo.
A partir de un extraordinario material de archivo de sus actuaciones, de sus apariciones mediáticas, pero también de múltiples home movies en Super 8, Ben va reconstruyendo la historia de Jerry y Anne, la suya propia, mientras revisita la relación con sus dos hijos, Ella y Quinn, con quienes de alguna manera terminó repitiendo, incluso contra su voluntad, ciertos aspectos de los vínculos que sus padres habían establecido con él.
En la poco más de hora y media del documental también aparecen los testimonios de la esposa de Ben, la actriz Christine Taylor (el devenir de esa pareja merecería una película independiente) y amigos de la familia como Christopher Walken.
El director cuenta que sus padres hicieron múltiples esfuerzos (terapias de pareja, psicoanálisis individuales hasta tres veces por semana, dormir en habitaciones separadas) para sostener la convivencia (hogareña y artística) durante esas más de seis décadas (1953 a 2015). Los mantuvo juntos una suerte de amor incondicional que sobrevivió a las diferencias de personalidades y de rumbos profesionales (ella a la madurez se convirtió en una reconocida actriz teatral que interpretó varios clásicos, mientras que él se quedó sin trabajo hasta que Larry David lo llamó para hacer del irascible padre de George Costanza en la exitosa sitcom Seinfeld).
Así, la absoluta cercanía de Ben Stiller con la historia se convierte a la vez en el máximo aliado y el principal problema del film: porque Nada se ha perdido tiene un grado de intimidad y ternura que ningún otro director hubiera conseguido, pero a la vez se percibe por momentos el peso de ser “el hijo de”, un mandato y una dificultad de encontrar cierta distancia que habilite un retrato con más matices, riqueza y contradicciones.
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