Festivales
Cine mexicano
FICValdivia 2025: Crítica de “Un techo sin cielo”, de Diego Hernández (Competencia Internacional)
Flamante film del joven (28 años) y prolífico (este es su cuarto largometraje y tiene además media docena de cortos) director de Tijuana, Un techo sin cielo es de esas películas en apariencia pequeñas, mínimas, íntimas, pero con alcances, logros y dimensiones inconmensurables. Tras su estreno mundial en el FICUNAM, se presentó en la sección principal del festival chileno.
Un techo sin cielo (México/2025), de Diego Hernández. Duración: 90 minutos. En Competencia Internacional de Largometrajes.
Si alguien leyera que Hernández protagoniza el film acompañado por su madre y un par de amigas, que se encargó de casi todos los rubros técnicos y que buena parte del rodaje transcurrió dentro de su propia casa (hay dos muy buenas escenas en automóviles) podría pensar con toda razón que se trata de un largometraje demasiado artesanal e incluso casi del orden de lo amateur, pero Un techo sin cielo es una pequeña maravilla narrativa, visual y emocional.
En la primera escena vemos a Hernández encontrando en su habitación una vieja caja de zapatos llena de fotos y recuerdos, la mayoría de su padre, un hombre que trabajó demasiado tiempo y murió demasiado pronto. Al abrirla, como si se tratara de la de Pandora, se produce en él un profundo efecto... narcoléptico. Sí, Diego -como si fuera invadido por el cansancio que su padre acumuló en vida- no podrá dejar de dormir y dormir y dormir. Durante los pocos ratos que está despierto, parece un sonámbulo para enojo de su madre que necesita ayuda en el hogar.
No hay muchos más personajes en el film: su perra Luna, una tarotista a la que acudirá en busca de alguna explicación y su amiga Liz (Lizbeth Félix), una artista que está concibiendo una obra de teatro. Ella, que por el contrario sufre de un insomnio “eterno”, le pide a Diego uno de los patios de su casa para ir armando la escenografía. No conviene adelantar demasiado, pero el final -hermoso- tendrá que ver con la historia de Diego y resignificará lo visto anteriormente.
Con un bello y por momento lírico dispositivo visual que incluye fotos que Hernández fue tomando a lo largo de los años desde y sobre su casa, planos fijos del cielo (los cielos) y de la casa en el que abundan los reflejos, con un trabajo sobre los diálogos y el off que casi nunca están en sincronía con las imágenes, el director de Los fundadores (2021), Agua caliente (2022) y El mirador (2023) va moldeando una película cada vez más mutante e intrigante, no exenta de humor absurdo (como el encuentro con un coach motivacional), pero al mismo tiempo con enorme sensibilidad para transitar algo que el cine suele hacer de forma manipuladora, exagerada y solemne: el duelo frente a la pérdida de un ser querido.
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